jueves, 22 de setiembre de 2005

Dictadura endógena

Según una publicación al estilo “comics” para colorear, encartada el fin de semana en la prensa venezolana y elaborada por el Ministerio para la Economía Popular (Minep), el famoso término “desarrollo endógeno” que tanto arenga Chávez ha sido definido como el “desarrollo desde dentro, del potencial socioeconómico del país, orientado a satisfacer las necesidades y requerimientos de la población, a fortalecer la producción de bienes útiles más que a la acumulación de capital y al desarrollo de tecnología basada en las características específicas y las potencialidades de cada región del país”.

Resulta interesante y más que pertinente, puesto que propios y extraños han tenido visiones particulares del susodicho término que ha servido de pivote para “políticas”, “misiones”, ciertas medidas (desmedidas) y berrinches presidenciales, todo en nombre de la revolución y del pueblo. Sin embargo, esta manifestación intelectualoide del Minep no hace más que reforzar la dura realidad del proceso venezolano: el papel aguanta todo, las palabras se las lleva el viento y aquí se hace “lo que a mí me da la gana”.

Tan bueno es el papel en Venezuela, que hasta aquel que se utilizó para plasmar la novísima Constitución de la República Bolivariana, aguantó el artículo 115 que garantiza el derecho de propiedad y otros tantos derechos de gran peso que hoy se han convertido en meros elementos decorativos que están para darle caché a la Carta Magna Revolucionaria.

Para más reciente muestra, no un botón, sino una lista de más de mil empresas que próximamente serán usurpadas, expropiadas, violentadas, en nombre –para variar- del “desarrollo endógeno”. En casi siete años de gobierno de Chávez, cientos de empresas han quebrado, o han cerrado para no llegar a ese extremo, y otras tantas están trabajando con una enorme capacidad ociosa, ya que no pueden desarrollarse “endógenamente”. Tremenda contradicción.

Chávez se pregunta el porqué de tanta empresa cerrada o a “media máquina”, lo cual va en contra de su creencia psicótica de que todo el mundo en Venezuela debe estar trabajando, ganando lo suficiente para alimentación, salud, educación y todo lo que se le ocurra; es decir, feliz, contento, satisfecho y orgulloso de tenerlo a él como gobernante.

La única respuesta posible dentro de los parámetros descabellados del “socialismo del siglo XXI” es que esa parálisis del sector formal empresarial de la economía se debe a “los ataques del neoliberalismo y del capitalismo”, lo que los obliga a “ocupar” empresas por todo el país para entregársela a los trabajadores.

Cuando en realidad, la “revolución bolivariana” no puede pretender que en un entorno económico con controles de cambios, de tasas de interés y de precios, las empresas -cualquiera sea su tamaño- estén proliferando o estén boyantes. Es cierto que el sector empresarial venezolano, y el mercado en si mismo, es imperfecto; no obstante, esa no es justificación para destruirlo y para –además- achacarle la culpa de los males actuales.

Obviamente, el pastiche ideológico de Chávez –ahora con una tendencia abiertamente expresada: “hacia el socialismo”- no cuenta para nada con los capitales extranjeros para la inversión productiva y generación de trabajo; pero sí cuenta con socios foráneos a los que condiciona el otorgamiento de contratos para su provecho y conveniencia políticos. O sea, desarrollo endógeno pero hacia afuera, para los demás.

Menos aún cuenta con un estado de derecho. De hecho no lo hay, ni siquiera existe el derecho como tal. Existe un “derecho” a la medida del régimen, uno deforme, pisoteado; un derecho torcido que es reformado y reformulado por el oficialismo cuando les de la gana. Total, para eso tienen una mayoría en la Asamblea Nacional y para eso se van a asegurar una mayoría “calificada” (dos tercios) en las elecciones parlamentarias de diciembre. Sino, ¿para que se tiene un Consejo Nacional Electoral a la medida?

Curiosamente, la ley, la administración de justicia y todo lo que tenga que ver con el ordenamiento jurídico, sí es “endógeno” en Venezuela: “…orientado a satisfacer las necesidades y requerimientos de la población”... población gubernamental, específicamente. Sino, cómo es que un individuo sin méritos de ningún tipo para el cargo (sólo el serle fiel a la “revolución”), se convierte en “Magistrado” de tanta influencia que literalmente decide la mudanza de los tribunales caraqueños a una zona tugurizada, peligrosa y con muchos calificativos más, nada halagadores.

Una mudanza tan sin sentido, ya sea porque existe un inconcluso complejo llamado Palacio de Justicia, o porque poco o nada tiene que ver el lugar físico de los tribunales con la pésima administración de justicia, en un país en el que cientos de personas están presas en espera de un juicio u otras tantas mueren en las hacinadas cárceles por reyertas o por la falta de vigilancia que hacen de los presidios núcleos de delincuencia y de terror.

Al “gobierno revolucionario” no le interesa en lo más mínimo el sector privado de la economía y el cumplimiento de las leyes. El derecho a la propiedad en la Constitución se ha convertido en una quimera. El estado de derecho suena a capitalismo y éste no es compatible con Chávez. Él ha negado que en Venezuela exista una dictadura y es cierto. Esta no es una dictadura cualquiera: es una dictadura endógena.

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