La vida te da sorpresas...
A una semana de realizadas las elecciones regionales en Venezuela, ya se tienen estadísticas de dicho evento. Sin entrar en la ociosa tarea de juzgar, polemizar o discutir la legitimidad o pulcritud del proceso (ergo, si hubo fraude), llaman la atención algunas cifras y porcentajes electorales publicados este fin de semana por la prensa venezolana.
En primer lugar, en promedio, las nuevas autoridades regionales (gobernadores, alcaldes, concejales, etc.) fueron elegidos por apenas el 25% de los electores. Por ejemplo, el nuevo alcalde mayor de Caracas (algo como el alcalde provincial de Lima) obtuvo el 28,4% de votos de la población electoral. En el caso del Delta Amacuro, la nueva gobernadora fue electa con apenas el 15,9% de los votantes aptos, y así otros casos más.
En segundo lugar, el chavismo obtuvo el 73% de los cargos en disputa, con lo cual en casi todos los Consejos Legislativos el oficialismo tiene mayoría de diputados que –seguramente- harán más “light” la labor del nuevo gobernador.
En tercer lugar, la abstención promedió el 55% pero con extremos de hasta el 70%. Ese nulo interés por cumplir con el derecho de sufragio fue de ambos bandos. Tanto así fue que menos del 45% de los que supuestamente votaron a favor de que Chávez se quedara en el poder, fueron el pasado domingo a sufragar a favor de los candidatos del gobierno.
El análisis de esta situación –hay que admitirlo- no tiene mucho de carácter científico ni de esotérico, pero el trasfondo y gravedad de lo que implica merece dejarlo muy claro.
Esos tres de cada cuatro, o 75%, como quieran verlo, que se quedaron cómodamente en sus casas o que se fueron de paseo en vez de ir a votar, en algún momento de los próximos meses sentirán cómo les emerge una linda joroba por el peso de la responsabilidad compartida. Es decir, cuando esas nuevas autoridades “revolucionarias” hablen mucho y hagan poco (emulando a su líder), el elector “autocensurado” sabrá que él le regaló su voto al no votar. ¿Recuerdan eso de “el que calla otorga”?
Hay quienes han defendido hasta vehementemente el “derecho” a no votar y puede que tengan razón. El ir a un proceso apañado –dicen- lo legitimaría. Asumiendo que eso es cierto, es más difícil jugar sucio cuando una mayoría juega limpio. Obviamente, dicha situación pasa necesariamente por “jugadores limpios” que –de ser el caso- hasta no lo sean tanto al defender sus derechos confiscados.
Esas victorias sentimentales del 25% no deberían causarles ninguna alegría a las nuevas autoridades oficialistas. Por el contrario, debería hacerles reflexionar sobre el verdadero apoyo con el que inician su gestión. No bastan emocionados anuncios y promesas de medidas de emergencia, sino que gobiernen y que lo hagan bien.
Otro aspecto digno de análisis es el estado de abandono, de dejadez, de apatía en el que ha caído la población que no está a favor del gobierno. Salvo excepciones contadas con los dedos de una mano, la dirigencia ha demostrado tener entre sus filas a las personas más ineptas y con falta de visión a nivel político. La gente confió en que las estrategias vendidas lograrían sus objetivos, pero nunca se imaginó que los “líderes” pecarían, no de ingenuos, sino de estúpidos.
Ese estado de desinterés tendrá como consecuencia previsible la “anulación” de algunos parlamentarios de oposición en el aún pendiente proceso revocatorio de diputados; y no porque lo quieran, sino también por dejadez. Y cuidado si alcanza hasta para la elección de la nueva Asamblea el próximo año. En otras palabras, la ceguera e inoperancia de la sociedad la está llevando al camino de la autocracia y permitiendo a un gobierno que se convierta en dictadura bajo un engañoso manto cuasilegal bordado a su conveniencia.
En medio de este panorama, no resulta extraño que dos de las gobernaciones importantes del país, y que estaban peleándose “pelo a pelo”, hayan quedado en manos del chavismo, por más increíble que les haya parecido a muchos. Claro, aquellos que se sientan afectados (o sea, candidatos perdedores, principalmente) tienen 20 días para impugnar el proceso. Sin embargo, ante las continuas proclamaciones de ganadores y casi inmediata toma de posesión de cargos, resulta tragicómico que alguien patalee a estas alturas del partido.
La próxima partida, sin fecha ni escenario programado, la inicia la llamada sociedad civil, que a nuestro modo de conceptualizarla debe llamársele sociedad, a secas. Hace pocos días el vicepresidente de la República declaró que ahora “no había pretexto para no gobernar”. Irónicamente, aceptó que hasta ahora no lo han hecho. Al menos una verdad irrefutable en medio de todo. Si no lo hacen, como canta Rubén Blades, “la vida te da sorpresas…”
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