lunes, 15 de noviembre de 2004

Entre cédulas y células muertas

Atrás quedaron dimes y diretes, discusiones, algunas fértiles y otras inútiles. Finalmente la llamada cédula viva –o Decreto Ley 20530- descansa en paz. O eso creemos. Sobre el tema se ha escrito y opinado mucho, así que no pecaremos de descubridores del agua tibia; sin embargo, importante destacar que se acabó con un sistema seudo justo que en realidad era dañino para las finanzas del Estado peruano (ojo, del Estado, no del gobierno).

Este acto de enfrentar la realidad con acciones sensatas no tiene nada de extraordinario, ni de plausible. Aunque algunos trataron de hacer una tragedia griega al más fino estilo lorcho, creemos que los congresistas simplemente hicieron algo que justificara el tremendo sueldo que ganan. Por parte del gobierno, idem; actuó con uno de los criterios que todos aspiramos que lo haga: con sensatez. Y ya. La cédula viva está muerta y que siga así.

Ahora hablemos, no de cédulas, sino de células; específicamente de células terroristas. El patético e inefable espectáculo del delincuente Abimael Guzmán, cubierto por los medios de comunicación ha puesto sobre el tapete –para variar- un tema que asoma de vez en cuando en el Perú: la ausencia de gobernabilidad.

Para quienes no se hayan percatado, estamos en el año 2004. Particularmente, me importa un rábano partido por la mitad y con un poquito de sal, quiénes gobernaron antes de Toledo, ni cómo lo hicieron. Frente a esos hechos consumados nada se puede hacer.

En todo caso, actuando inteligentemente, si dependiera exclusivamente de mi, algunos individuos jamás volverían a tener que ver con asuntos de Estado o gobierno, ni siquiera presencia en los medios. ¿Por qué digo todo esto? Pues porque quien está al frente ahora, y mientras tenga ese mandato de la sociedad, tiene que gobernar bien, en forma eficiente, eficaz y con autoridad.

Que en la década de los setenta hubo dictadura militar y que tomaron medidas populistas y otras cosas más… eso fue en los setenta. Que a comienzos de la década de los ochenta hubo democracia, pero mano blandengue que permitió el brote terrorista… eso fue a comienzos de los ochenta. Que a finales de los ochenta un ignorante quebró el país… eso fue a finales de los ochenta (y Dios, y nosotros mismos, nos libremos de él). Que en los noventa otra “dictadura”, con pros y contras… lo mismo. Que Paniagua… y dale.

Pero de ahí a echarle la culpa hasta a Francisco Pizarro de los males de hoy, para justificar la ineptitud de este gobierno, hay que ser bien confianzudo y caradura. La única razón para no gobernar como se debe es que se es incapaz. O, en el mejor de los casos, que se está rodeado de “colaboradores” ineptos.

Poblaciones que hacen justicia por su propia mano. Vendedores con grupos de matones que le hacen la guerra a la policía. Familiares del presidente haciendo desastres amparados en el “poder”. Congresistas matones que se van de vacaciones y otros que tienen más acusaciones que Bin Ladem. Terroristas que montan un show (sólo faltó una entrevista exclusiva para algún medio). Y así, seguro que muchos peruanos tendrán una historia que demuestre la falta de gobernabilidad en muchos ámbitos del Estado.

Que existan grupúsculos de desquiciados en algunas universidades, o en cualquier sector de la sociedad, que “todo el mundo” lo sepa y el gobierno no haga nada, es para vomitar. El gobierno tiene la responsabilidad de asegurarle a la sociedad que esas células del terror que tanto daño hicieron al Perú, en su gente, en sus vidas, en sus bienes, en todo, están muertas. Y si algún microscópico elemento quiere figuración para hacer creer que están vivos, el gobierno tiene que darle un soberano pisotón para acabar con él.

Estamos claros que por ahí saldrá algún desubicado para levantar la bandera de los derechos humanos y uno que otro adefesio de argumento. Que se apliquen las leyes sin mucho miramiento y sanseacabó. Que la Corte Interamericana, que la Corte Celestial… lo mismo. Los calzoncillos sucios se lavan en casa. Y si ni lavar se sabe… si que estamos jodidos.