martes, 14 de diciembre de 2004

Cambio de sexo presidencial

Desde que Dios creó este mundo la figura masculina no está sola. Adán y Eva, Eva y Adán. Pedro y Vilma Picapiedra. Napoleón y Josefina. Felipe y Letizia. Batman y Robin (bueno, nadie es perfecto) y así muchas parejas más. Lo interesante viene cuando la pareja es la “primera pareja” de la aldea, tribu, pueblo, hacienda o grupo en el que haya eso que llamamos gobierno.

Como para tratar de ser objetivo, y para que no se me tilde de machista vernáculo o hasta de maricón por meterme con las mujeres, voy a matizar mi disertación con un ligero cambio en las características tradicionales de los personajes. En primer lugar, imaginémonos que el Perú tiene una dama Presidenta de la República. En segundo lugar, que la Presidenta es casada; y en tercer lugar, consecuentemente, que el esposo es el primer damo, o primer caballero, primer cónyuge, primer consorte o como a usted le de la gana llamarlo.

Por si acaso, de acuerdo con la vigente Constitución Política del Perú, el Presidente de la República es “el Jefe de Estado y personifica a la Nación” (sic). No hay que ser una eminencia en leyes o en materia constitucional para dar por sentando que, pese a estar enunciado en género masculino, ello no es obstáculo para que una mujer sea Presidente y que mi escenario no sea una alucinación.

Ya electa y posesionada la Presidenta con su respectivo “primer damo”, en ningún lado de la Constitución (artículos 110 al 118, especialmente) dice que la población elige al susodicho consorte, es decir, el cónyuge viene incluido de yapa. Todos –supuestamente- votamos por una persona capaz de desempeñar el cargo de Jefe de Estado, para que “nos personifique”, porque todos somos parte de la Nación. Claro, esa representación últimamente ha dado un giro hollywoodense; desde Alan García con su amenaza a los congresistas de “no representarlos”, hasta la representación artística de Toledo en el documental "Perú The Royal Tour" en su papel del Inca-paz que seguro lo catapulta hasta el Oscar de la Academia.

Siguiendo con el caso del “primer damo”, su figura jurídica, legal, constitucional, como tal, no existe. Es una cortesía que se le hace al Jefe de Estado para con su cónyuge, mas no es un cargo de elección popular y menos un funcionario público con despacho, página web, chofer o prebendas que implique erogación del Estado, ergo, del dinero que todos los ciudadanos aportan con sus impuestos. Por si no queda claro, en ningún lado está establecido que se tenga que mantener al marido de la Presidenta. Si éste quiere trabajar, que lo haga como cualquier mortal y que pase las penurias de muchos de ellos y que sude cada centavo.

Mucho menos figura en algún reglamento, norma o ley celestial que exista una “familia presidencial”, tipo monarquía europea. Si algún hermano, hermana, tío, primo, compadre, etc, de la Presidenta se toma ese papel en serio, lo que deberíamos es tomar unas cuantas revistas “Hola”, enrollarlas y darles por la cabezota –o por donde usted quiera- para que se les quite el asno complejo real, aunque en este caso sería presidencial.

Sigamos con el “primer damo”. Si ya dijimos que no tiene vela en este entierro, menos tiene que abrir la bocota en asuntos de Estado, y ni remotamente hacerlo para rebuznar. ¿Qué autoridad puede tener el “primer damo” -por ejemplo- para tildar a los periodistas de ladrones de “almas y ánimos del pueblo peruano las 24 horas del día”, por el solo hecho de no darle cobertura a lo que no hace su esposa Presidenta, o sea, trabajar?

O ¿qué puede saber el doctor “primer damo” de ética, moral u otras ciencias ocultas para recriminar a los periodistas que "aprendan a preguntar correctamente y a informar como se debe sobre los logros del país"? Obviamente esto es fácil de resolver. La señora Presidenta debe cambiar la falda por el pantalón y mandar al “primer damo” a hacer otras primerísimas actividades. Para los que piensen “pobrecito el primer consorte”, les recuerdo… él no fue elegido para nada, él es marido de la Presidenta y no debe utilizar los medios de comunicación para fines personales y mucho menos para el infeliz propósito de intentar decirles cómo tienen que trabajar.

Si este escenario lo condimentamos con que la Presidenta hace de todo menos gobernar, o que quiere tener un programa de recetas de comida peruana para que lo pasen por un canal por cable, para promocionar el país, porque supuestamente tiene pinta de cocinera con muy buena mano, y que por eso puede vender la imagen patria, y porque se lo dijeron los astros, etc., etc., y de paso que el “primer damo” monte camellos de paso “made in Perú”, si que estamos requetejodidos.

Ante este escenario de república bananera tercemundista subdesarrollada, nadie me va a negar que se tenga que poner orden. La Presidenta que trabaje. El doctor “primer damo” -si quiere-, que también lo haga en algo productivo, pero que hable como Marcel Marceau y que deje de sangrar las arcas públicas. ¿Todos de acuerdo? Bueno, ahora cámbienle de sexo a la Presidenta y al “primer damo”, y piensen lo que quieran; total, aquí todo es posible.