En busca del leñador
Cada fin de semana Venezuela sufre una curiosa metamorfosis. Se convierte en la ciudad más sangrienta del mundo. Tomando como referencia la que está sobre el tapete, Venezuela se transforma en Faluya, aquella ciudad de Irak, foco de la guerra, que tiene medio locos a los estadounidenses. En esta Faluya petrolera y tropical, decenas de personas -que a veces alcanzan el centenar- mueren en manos del hampa o de simplemente mentes desquiciadas.
Entre los difuntos, seguro que hay más de un padre o madre trabajador que no sólo luchaba por sobrevivir, sino que hasta se las ingeniaba para mantener a un niño, una madre, un abuelo o a una pareja. Es decir, entre esos muertos de fin de semana hay muchos como nosotros, muchos Pedro Pérez, muchas Juana Rodríguez, o muchos como se llamen. ¿Quién llora esos muertos? ¿Por qué todos no lloramos esos muertos? ¿Por qué no llora el gobierno venezolano esos muertos (o por lo menos el ministro del Interior y Justicia)?
Quizás porque se gastaron muchas energías en transmitir durante casi todo el pasado sábado cadenas radiales y televisivas con los homenajes, traslado y entierro del asesinado fiscal Danilo Anderson. Pareciera que la “revolución” por fin tiene un muerto propio y actual. Adiós a Ezequiel Zamora, a Maisanta y –porqué no- hasta al mismísimo Bolívar. “Ahora todos somos Danilo Anderson”, “el país necesita muchos Danilos” y cosas parecidas se llegaron a escuchar.
Millones de bolívares se gastaron (de parte del gobierno) y perdieron (para los medios encadenados obligatoriamente). Gigantescos avisos en la prensa escrita con las opiniones de rechazo al crimen fueron publicados, como para que a nadie le quede duda. ¿No bastaron las cadenas? ¿No bastó el entierro (irónicamente) al más puro estilo yanqui, con bandera, cadetes y cañonazos? ¿Qué se pretendía con todo esa parafernalia? ¿Es que los Pedro Pérez o las Juana Rodríguez de los fines de semana no se merecen lo mismo?
El asesinato del fiscal Danilo Anderson es condenable desde todo punto de vista y desde todos los sectores de la sociedad. Todo lo adicional que se pueda decir al respecto es repetitivo y redundante. Que en paz descanse. Pero así, en paz. Dios nos libre de la aparición de “círculos bolivarianos” con su nombre, o comandos, o cualquier grupúsculo con mentalidades seudo revolucionarias y desfasadas en el tiempo y espacio.
A todos nos interesa saber quiénes son los verdaderos autores materiales e intelectuales del crimen y que reciban el castigo que merecen. Ojo, nos interesa tanto como muchos casos sin respuesta y de tanta importancia, que no han recibido la debida atención del poder judicial, de la fiscalía, de la defensoría, ni de nadie. Pero creemos que en este en particular, más que el quién, más que el por qué, lo más importante es saber el para qué. Ese refrán de “…hacer leña del árbol caído” bien calza en este caso.
Chávez está de nuevo fuera del país y cuando eso sucede -más aun cuando son muchos días- es que algo cocinado pretende encontrar a su regreso, listo para darle el sorbo del visto bueno. ¿Será que a su regreso tendrán a los culpables identificados y hasta capturados? ¿Será que habrá nuevas leyes que eviten todo tipo de terrorismo, incluyendo el verbal?
Como en una clásica novela de misterio, el asesino pareciera como obvio. La víctima tenía muchos “enemigos”. Cientos de ellos, con nombre y apellido, libres, ex presos, fuera del país, o dentro de él. Habría que ser ligeramente cojudo para pensar que matando al fiscal, la acusación desaparece. Entonces ¿para qué matarlo?
Curiosamente en Venezuela nadie cree en nadie. Por un lado se tiene a un gobierno que tiene años sin gobernar, que no soluciona nada teniendo todos los reales del mundo, que tiene todo el poder y que le matan en la cara a un fiscal que llevaba todos sus casos de interés. Por el otro, a una oposición que muchos de sus miembros estaban acusados o a punto de ser acusados por el susodicho funcionario; pero, demasiado dispersa, demasiado ingenua y hasta inútil. ¿Quién mató a Anderson? Difícil pregunta. Quizás si intentamos saber para qué servirá “la leña del árbol caído” encontremos al desquiciado leñador.
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