viernes, 22 de febrero de 2008

Desabastecimiento del siglo XXI

Hablar, escribir, analizar la situación de desabastecimiento de alimentos en Venezuela –ya sea en productos terminados o materia prima-, es tratar la crónica de un problema anunciado. El país acaba de cumplir cinco años bajo el esquema de controles económicos que, más que regular o intentar acomodar una situación negativa, siguen generando serios desequilibrios en toda la economía y en la sociedad en general. Sin embargo, este padecimiento no es entendido por todos, mucho menos por las clases bajas que son las que padecerán los grandes estragos cuando el “modelo” sea insostenible.

En el caso de Venezuela, el tema no se limita al aspecto económico, ni debe verse desde ese único punto de vista. De hecho, el origen, su desarrollo y hasta su fin –que en algún momento sucederá- tienen necesariamente una arista política y, supuestamente, un tinte ideológico. Pero, ¿cómo es que funciona la economía y por qué los controles son tan dañinos para ella? Para entenderlo, explicaremos en forma muy sencilla algunas ideas económicas fundamentales.

Para empezar, cabe destacar que el mercado, ese sitio ideal, sin lugar establecido, sin paredes, sin límites; es decir, cualquier espacio sea físico o virtual, no se rige porque se tenga en mente una idea política, se sientan de derecha o izquierda, o sean del siglo XX o del XII, simplemente, confluyen alguien que demande y alguien que oferte. Cada uno de ellos tiene una necesidad que satisfacer, sea comprador o vendedor. Desde esa elemental óptica, las partes se ponen de acuerdo en el valor que le asignarán al bien, servicio o idea que ellas intercambiarán, en la mayoría de los casos, por dinero.

A mayor oferta, a mayor cantidad disponible de un bien, producto, servicio o idea, menor será el precio que estarán dispuestos a pagar aquellos que lo necesiten. De hecho, a mayor oferta, mejor para los demandantes, pues los vendedores tendrán que competir entre ellos para colocar sus productos, a través de rebajas, descuentos, promociones, etc. Aquellos que tengan menores costos, podrán vender más y barato; y eso también resulta positivo para los compradores. En otras palabras, el libre mercado, la competencia, el libre juego de la oferta y la demanda, no son malos para nadie; y en ningún momento hemos mencionado ideologías, tendencias políticas o supuestos que no vienen al caso: simple oferta y demanda.

La mano invisible

Adam Smith, considerado el padre de la economía política, allá por 1776, introduce el conocido término de la “mano invisible”, el cual no es más que la libre acción de la oferta y la demanda, o dicho de otra manera, la acción del libre mercado en la economía. Mientras esa fuerza invisible actué, movida para la satisfacción de necesidades de parte y parte, la asignación de bienes en la economía será adecuada y se ajustará a sí misma en el caso que exista algún factor que intente controlarlo.

En el caso de los controles en la economía, la “mano invisible” es reemplazada por una “mano peluda” (la del gobierno) que quiere intervenir y establecer su propio criterio; es decir, decirles a las partes a qué precio tienen que vender y comprar los productos que antes intercambiaban de mutuo acuerdo.

La motivación de implantar controles en la economía es la existencia de un escenario extremo, transitorio, anormal; como por ejemplo, una guerra, una situación de catástrofe u otra que esté afectando el trabajo normal de la “mano invisible”. Los controles (“mano peluda”) buscan ayudar, facilitar que la “invisible” siga trabajando y nunca busca –ni debe buscar- suplantarla. El gobierno, no puede sustituir al mercado pues no tiene la capacidad de pensar como todos y cada de uno de los miembros de la sociedad, no conoce sus necesidades, ni puede pretender imponer lo que cada persona desee para ella y para los suyos.

Inicio del desabastecimiento

Un empresario cualquiera –grande, mediano, pequeño- tiene una serie de costos para producir (o conseguir) lo que ofrecerá en el mercado. Luego, venderá a un precio con el que podrá cubrir esos costos y obtener una ganancia, la cual luego le permitirá reiniciar el proceso y aumentar su oferta en el mercado (sin dejar de mencionar que, de lo que gane, tiene que apartar una cantidad de dinero para comer). Si su precio es muy alto, nadie le comprará. Si su precio es muy bajo, no cubrirá costos y caerá en pérdidas. A un precio aceptable para los compradores, venderá, y el proceso se repetirá sucesivamente.

Si a ese empresario, el gobierno le dice el precio al que tiene que vender, según su propio criterio, según lo que él cree “justo”; es decir, el gobierno aplica un control de precios, se estará generando una distorsión en el mercado. Con toda seguridad el gobierno nunca obligará a nadie a vender caro; con toda seguridad tampoco obligará a vender al precio de mercado (pues para eso, mejor deja que actúe la “mano invisible”). Lo que sí hará, es obligar a vender a un precio bajo con el que algunos empresarios no podrán cubrir sus costos.

En este sentido, como nadie trabaja para tener pérdidas, una de las consecuencias de los controles de precios es influir negativamente en la oferta; en otras palabras, hacer que la cantidad de vendedores, de oferentes, de productores, se reduzca en el mercado. Los primeros que desaparecen son aquellas empresas que no tienen una gran infraestructura que le permita soportar una reducción de costos y aquellos cuyos ingresos no son suficientes para continuar con el proceso productivo.

De esta manera, la intervención del gobierno hace que haya una menor cantidad de productos para una misma (y hasta creciente) cantidad de personas que están acostumbradas a adquirirlos. La acción del gobierno, que quizás buscó normalizar una situación, termina por afectarla negativamente. El remedio es peor que la enfermedad, pues el control de precios genera desabastecimiento.

El malo de la película

El caso venezolano siempre ha sido muy particular. “Gracias” a la venta del petróleo, el Estado percibe un flujo constante de ingresos que le permite al gobierno tener y mantener una serie de gastos. Mientras más alto sea el precio del petróleo, más elevados serán los ingresos y mayor la cantidad de rubros en los que el gobierno puede gastarlos.

Ante una situación de desabastecimiento, generada por él mismo, y un flujo creciente de ingresos por el alza continua de los precios del petróleo, el gobierno se puede dar el lujo de importar aquellos productos cuya oferta nacional ha disminuido por el control de precios que el mismo impuso. Es decir, genera el problema, tiene la solución (por los dólares del petróleo) y los empresarios que desaparecieron, quebraron o simplemente se niegan a producir a pérdida, o con una ganancia mínima, quedan como los malos de la película.

El bueno y el feliz

En el sector de los alimentos, la situación es exactamente la misma: controles de precios que generan desabastecimiento y un gobierno que importa de todo para hacer quedar como desestabilizadores a aquellos que se niegan a trabajar de gratis.

Si a esto le agregamos otro control existente -el de cambio-, el entorno persiste y hasta se agrava. Si algún empresario quisiera importar alimentos o materia prima para su producción, debe pasar necesariamente por el trámite burocrático, autorización y bendición del ente rector y asignador de las divisas en el país: CADIVI. Si el empresario no consigue divisas de manera oficial, o el trámite es lento, se ve obligado a obtenerlas de otras fuentes, lo que seguramente aumentará su estructura de costos y, por consiguiente, debería afectar el precio al consumidor. Pero, como hay control de precios, mejor se dedica a otra cosa.

El bueno es el gobierno, que importa productos para la población. Total, él no tiene que pasar por ningún CADIVI y puede disponer de las divisas necesarias para comprar lo que sea, donde sea, a quien quiera. El malo es el empresario nacional que se niega a trabajar de gratis, a pérdida o a ganancia mínima, pues no tiene conciencia “socialista”. El feliz es el empresario extranjero (brasilero, argentino, uruguayo, iraní, etc.) que exporta sus productos como nunca hacia Venezuela, ahora socio comercial privilegiado, gracias al gobierno revolucionario que impone controles internos, pero compra sin control en el exterior.

Integración productiva o integración comercial

¿Es posible una integración productiva, en las actuales circunstancias? Definitivamente no. Sobre la base de los grandes desequilibrios económicos existentes, generados por el gobierno, por la instauración de controles de cambio, de precios, de tasas de interés, y todas sus consecuencias, los empresarios venezolanos no están en condiciones de igualdad con aquellos de otros países; cualquiera sea su tendencia política.

Mientras un empresario, un industrial nacional, tenga toda la serie de trabas para el desarrollo normal de sus actividades, ninguno podrá tener la capacidad estratégica ni operativa para integrarse con un socio del exterior. Inclusive, para ser un socio comercial debe tener la seguridad de que el flujo de divisas sea constante de lado y lado, lo cual ya tiene trabas por la existencia del control de cambio.

En estas condiciones, el único con la capacidad de ser un gran empresario, un gran industrial, es el Estado, administrado por el gobierno. Sin embargo, el Estado no está concebido para realizar dichas actividades, mucho menos si las que supuestamente tiene a su cargo no las cumple a cabalidad (léase, seguridad, justicia, servicios de educación y salud básicos, etc.) En las actuales condiciones, el Estado tiene la libre disposición de todas las divisas con lo cual puede comprar del exterior lo que sea y hasta asumir pérdidas a través de subsidios que otorgue a quienes compren los productos o bienes importados.

No obstante, este proceso que pareciera “saludable”, que pareciera que beneficia al “pueblo” no es más que destructor del aparato productivo nacional, destructor del mínimo sector empresarial venezolano, y consumidor/derrochador de los ingresos del petróleo que podrían destinarse a crear una verdadera infraestructura productiva e industrial nacional. Y todo esto sin dejar de mencionar el desempleo que genera el cierre de empresas, cualquiera sea su dimensión o sector.

Mal de muchos

Los controles de precios, de cambio y otras regulaciones a la economía no son cosa nueva en Latinoamérica y en otras partes del mundo. La Europa “socialista” de mediados del siglo XX, esa de regímenes de izquierda, con mentalidad centralista y estatista, creyó que los controles eran benignos para la economía y la población. La historia y las consecuencias en las sociedades que aplicaron el modelo son suficientes para juzgar la pertinencia de su aplicación.

En Latinoamérica, en la década de los ochenta (la década perdida) cuando se creyó que la intervención del Estado era la solución para los problemas que generó el sobreendeudamiento, los controles no hicieron más que agregarle rocas al Titanic. Nuevamente, la historia da cuenta de los grandes desequilibrios que generaron los controles en la economía y los grandes costos (económicos y sociales) que se tuvo que asumir para desmontarlos posteriormente.

Venezuela no es la excepción. Los brutales ingresos que el país ha tenido en los últimos años no han sido invertidos con una visión de largo plazo; por el contrario, han sido consumidos en el corto plazo para mantener una visión política personal y una ideología desfasada.

Los progresivos y disimulados ajustes de precio de algunos bienes de la cesta básica son muestras de que los controles no tienen sentido, y que generan más perjuicios que beneficios. Mientras se mantenga el esquema de controles de precios y de cambio (por mencionar los principales) seguirán las distorsiones en la economía y entre ellas el desabastecimiento.

No tiene ninguna justificación que un gobierno imponga, o trate imponer, una ideología a costa de destruir el aparato productivo nacional, a costa de que la población padezca para adquirir los bienes de primera necesidad o a costa de malgastar los recursos (ingresos por venta de petróleo) que hoy son abundantes pero mañana pueden dejar de serlo.

Ya sea que se tenga tendencia política de derecha, o de izquierda, es ineludible hacer severos ajustes económicos, en algún momento. El hambre, la decepción, la escasez, el desabastecimiento, no es capitalista o socialista; es simplemente consecuencia de una mala gerencia gubernamental.

Al final de la historia, lo único que quedará en Venezuela es el fallido intento de resucitar la mala experiencia de naciones que padecieron gobiernos con pensamientos seudo socialistas, de gobiernos que creyeron que el Estado es omnipotente. Al final de la historia, lo único seguro será la aplicación de un paquete de medidas económicas; el cual dejará actuar –como nunca debió dejar de ser- a la famosa “mano invisible”.

(*) Artículo publicado en el encarte "Business al Día", del semanario Quinto Día, del 22 al 29 de febrero de 2008.


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