lunes, 4 de febrero de 2008

Frases que matan

En febrero de 1992, cuando un desconocido y desnutrido comandante del ejército venezolano sale en televisión asumiendo la responsabilidad de una intentona golpista, la gente se identificó con él y lo apoyó directa e indirectamente, aunque claramente esa acción estuvo fuera del ordenamiento legal y democrático. Sin embargo, ese respaldo llegó por el hastío ante una clase política descarnada y descarada que, a pesar de los grandes sacrificios de la población, siguió enriqueciéndose y enriqueciendo a sus compinches.

La sociedad no apoyó en ningún momento a Chávez, ni a su movimiento subversivo, ni a los ideales que supuestamente defendía. La población venezolana apoyó la idea de darle un parado a la corrupción, de quitarle el respaldo a la dirigencia política de entonces y apostó por que las cosas cambiaran a futuro. El “pueblo” nunca apoyó un cambio para peor.

En febrero de 2008, con nueve años de gobierno de ese mismo escuálido militar golpista (hoy rechoncho, con los mejores trajes, relojes y lujos), el venezolano padece lo que nunca se imaginó: colas y recorridos por varios supermercados para conseguir un kilo de leche, azúcar, aceite o algún otro alimento básico. Con nueve años de Chávez en la presidencia, el venezolano tiene una república con nuevo nombre, un nuevo escudo, una nueva bandera, una nueva moneda, nuevas instituciones, pero todo ello con los mismos viejos problemas de sociedades atrasadas, de sociedades que padecieron eso que llamaron “socialismo”. Irónicamente, todo este panorama está adornado con multimillonarios ingresos por la venta del petróleo, los más altos de toda la historia.

No obstante, según el ex militar golpista –no podía ser de otro modo-, Venezuela y hasta el mundo son un lugar mejor gracias a él. Según su antojadiza manera de ver las cosas, todos los indicadores sociales y económicos han mejorado a lo largo de nueve años de desgobierno; y si alguno muestra lo contrario, es culpa del imperio, o simplemente está mal formulado y no sirve para nada. Ante ello, se inventa un nuevo indicador y listo.

Aunque en diciembre pasado Venezuela se manifestó en contra del mal llamado “socialismo del siglo XXI”, pretendido a través de una malintencionada y maliciosa “reforma” constitucional, los pujos del gobierno por imponer su adefesio ideológico han seguido –y seguirán- presentes, tanto a nivel interno como externo. En este sentido, la frase que le diera trascendencia mediática en 1992 (el “por ahora”) ha vuelto a ser utilizada por Chávez; esta vez, en forma de amenaza, en otra de sus cobardes bravuconadas soportadas por el poder que ostenta.

Sin embargo, por más intentos que hagan el individuo y su corte, la realidad es un constante y triste recordatorio que martilla la conciencia de todo aquel que jure que ser más o tan chavista que Chávez. Por más operaciones tipo CSI para averiguar las “verdaderas” causas de la muerte de Bolívar; por más que provoque un conflicto con Colombia para despertar un sentimiento patriotero, la realidad de tener en casa una economía de guerra –sin estarlo- es más fuerte que cualquier pantomima gobiernera.

Es cierto que Venezuela no se merece estar en esta situación, ni tener a los gobernantes de turno. Pero, también es cierto que la sociedad se lo buscó, lo permitió y todavía observa inmóvil cómo se regalan millones de dólares a otros países o se intercede por secuestrados del vecino, mientras que la inversión interna es ridícula y el hampa está mejor armada que la policía y cuenta con más protección jurídica que la población.

El “por ahora” de la “revolución”, que primero fue bolivariana y luego se quiso encasquetar como socialista, es sólo una falsa y mala promesa. El “por ahora” pasó de ser una frase prometedora, a una frase de mediocridad, de falsedad, de cobardía. Y no es para menos. Todo lo que sale de la boca del presidente venezolano es insulto, ofensa, desprecio, bazofia para quien lo adversa, no comparte sus necedades, o le dice las verdades.

“Por la boca muere el pez” y uno gordo, lerdo, con nueve años creyéndose el único pez en el agua (¿o en el petróleo?), no es la excepción. Calamares aduladores –léase, Daniel Ortega, Evo Morales, Rafael Correa, familia Kirchner, Ollanta Humala o algún otro asomado más- no harán nada para impedir que las frases que salgan de su descontrolado verbo sean carnadas que lo hagan caer en la red del desprecio; pero eso sí, él solo, solito, rojo, rojito. Un frase lanzó a Chávez a la “fama”, otra lo hundirá; y no por ahora, sino para siempre.

Ilustración:
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