miércoles, 19 de enero de 2005

Shakira en Palacio de Gobierno

Como un espectador más de esta telenovela barata “made in Perú”, resistimos estoicamente –hasta hoy- las ganas de escribir sobre los harto conocidos sucesos de Andahuaylas. Dos razones fundamentales fueron las causantes de ese acto de “auto represión literaria” (por llamarlo de alguna manera): Primero, un ligero y voluntario descanso de año nuevo; y, segundo, para darle a Toledo el beneficio de la duda; o sea, para ver qué hace.

Muchos han escrito y expresado su opinión al respecto; algunos muy inteligentemente y otros demostrando su irrisorio coeficiente intelectual. Es que, sinceramente, hay que ser muy desubicado para pretender justificar, darle algo de razón o pretender no castigar las “acciones” del individuo Humala o de sus secuaces. De hecho, la mejor calificación de lo que hicieron –por amplio consenso- es que todo ello fue una tremenda payasada.

Sin embargo, donde hubo disparidad de pareceres fue en torno a las causas y consecuencias, es decir, el antes y el después de la payasada. Por un lado de la moneda hemos apreciado especimenes con sed y hambre políticas que quizás vieron en el bufón de Andahuaylas una posibilidad a futuro. Por el otro, algunos que defienden lo indefendible, claramente confundidos entre lo que es Estado y lo que es Gobierno. Todos los peruanos, hasta con mínima instrucción pero con sentimiento patriótico (no patriotero) están de lado del Estado Peruano, su Estado; pero otra cosa es que, a los trancazos, nos convirtamos en defensores de este gobierno (con minúsculas).

Pero, viendo un poco más allá de nuestras narices, nos encontramos nuevamente frente al gran problema de fondo que existe en el Perú: una ausencia total de gobernabilidad; y esto no es un problema nuevo. El detalle se encuentra en que, a medida que pasa el tiempo, aparecen o se descubren más y más razones para rechazar, y hasta detestar, a Alejandro Toledo y la corte que lo acompaña.

¿Expresar rechazo al gobierno es estar del lado de esos desadaptados que ofenden el nombre de Andrés Avelino Cáceres? ¿Desear que este período de gobierno termine y que las páginas de la historia se lo lleven junto con sus protagonistas, es ser un traidor a la patria? Con seguridad, quienes están disfrutando de la ubre del gobierno afirmarán que estamos escribiendo una proclama subversiva, cuando es una simple declaración de sentido común.

Alguna vez lo expresamos: lamentablemente tenemos que soportar al personaje Toledo hasta el 28 de julio de 2006... salvo, se incurra en uno de los previstos en la Constitución para la vacancia del cargo. Esas son las reglas de nuestra democracia, con sus defectos y virtudes. Lo que no debemos tolerar es que la siga poniendo, cuando, donde y como le de la gana. Como él no hace nada de nada (lo ha demostrado), los que supuestamente deberían hacerlo por él (o sea, los ministros) deben recibir todas las llamadas de atención, reprimendas y hasta ser “despedidos” por su ineficacia e inoperancia.

Ahora, que en la práctica eso no suceda efectivamente, que todo sea un negociado por pura conveniencia, es decir, que la fiscalización sea una quimera, es lo que alimenta el amplio rechazo de la población a los llamados partidos políticos “tradicionales”. Y con tradicionales no nos referimos exclusivamente a los grupos de vieja data, sino al esquema corrompido de reparto de poder en el que todo se vale para conseguirlo todo… hasta falsificar firmas. Es que ni de eso se escapa el grupo de la chacana.

Pero entonces, ¿qué hacemos? ¿Seguimos a merced de la ineptitud?, ¿de los tratos oscuros entre partidos políticos?, ¿nos mantenemos escuchando las estupideces sobre complots, planes maquiavélicos de la prensa o de los marcianos que quieren tumbar el gobierno o destruir un partido político? ¿O es que creen que nadie ha reparado en la clase de gobierno que tenemos, que hasta un grupúsculo de fantoches que alucinan ser la versión andina de Hitler pretenden derrocarlo con la toma de una comisaría?

Al gobierno y a aquellos que lo apoyan no les hace ni cosquillas las exigencias de cambio, de rectificación, no de los políticos de oposición, sino de la sociedad. La soberbia del poder –suponemos- tiene a muchos como la canción de Shakira: bruto, ciego, sordomudo, torpe, traste, testarudo… sin alusiones personales en particular.

Pero no importa. De alguna manera, quizás el drama sociopolítico peruano tenga consecuencias positivas en el mediano plazo. Ha quedado demostrado que tener una personería política, es decir, formar, inventar, o pertenecer a un partido, no es garantía de capacidad para acometer las tareas de gobierno... quizás sólo la seguridad de que “alguito” le tocará por ser compañerito, o por haber colaborado con la campaña.

Ojalá esta experiencia quinquenal influya para exigir que mujeres y hombres capaces sean los que gerencien el país. Ojalá la sociedad se percate del tiempo perdido, y del que se pierde, por el esquema “tradicional”. Las promesas de cambio, tanto de políticos como de politiqueros, serán realidad cuando den un paso al costado y le abran el camino a las nuevas generaciones. Mientras eso llega, ¿que continúe el show?