lunes, 29 de noviembre de 2004

¿Sopa de caballo o de burro?

Que el acontecer noticioso en el Perú sea muchas veces digno de un programa de “Aunque usted no lo crea”, no es para sorprenderse. Si no es Toledo con sus acciones dirigidas a mantener su solitario dígito de popularidad, es algún miembro de su familia esforzándose por destacar por un hecho que –por lo menos- genera dudas de honorabilidad. Si no es la familia, son parlamentarios de su tolda política que, en un intento por defender alguna burrada gubernamental, terminan hundiendo más al involucrado. Y así, siempre hay alguien poniéndola.

Les juro que -a veces- cierta risa causa algunos sucesos que, por no rayar con lo delictivo, pueden parecer hasta folklóricos. Sin embargo, cuando hay un elemento, un ingrediente, que está en todos lados, o intenta estarlo, es decir, “hasta en la sopa”; lo único que genera es rabia y fastidio con sintomatología diarreica. Me refiero a las anti saludables “notas periodísticas” que dan cuenta de cuanta estupidez diga el eterno candidato del APRA, Alan García.

No hay que ser un premio nobel para percatarse de que García ha hecho, hace y hará cualquier cosa por obtener algún centimetraje, algunos segundos en el aire o algunos instantes en las pantallas de televisión. Ojo, antes de que algún iracundo “admirador” me reclame, dejo constancia de que estoy muy consciente y de acuerdo con el sagrado derecho humano de la libertad de opinión que todos tenemos (incluyendo García); no obstante, eso no implica que algunos medios (gracias a Dios no todos) no tengan mejores cosas que transmitir que la evacuación verbal del susodicho personaje.

No crean que es chiste. Por el contrario, ante este serio problema de salud nacional no hay nada como el descanso de meditación profunda sentado en el retrete. Ahí, mientras la sabia naturaleza pone en movimiento torrentes de jugos gástricos y otras cosas más –que no detallo por mi ignorancia en terminología médica- llegué a visualizar unos escenarios para intentar explicar la realidad.

Primer escenario: Habla, habla que algo queda. El candidato de Alfonso Ugarte debe pensar que mientras más hable, mientras más cosas diga, la población actuará/pensará inconscientemente como si él fuera, no solo candidato, sino presidente otra vez. O sea, la gente acostumbrada a ver a diario trozos de caballo en su sopa, asuma que es parte de su vida, de su existencia y que no se pueda desprender de ese suculento platillo.

Para ello, cualquier necedad sirve, como por ejemplo buscarle pelea a alguien -tipo niño de primaria- diciéndole “muertito” para que hable, esperar una respuesta polémica y formar un lío tipo guapetón de barrio, pero de medio pelo. Otra opción –aunque más audaz- es llamarle la atención a sus congresistas para que tomen alguna medida “disciplinaria”, y si no lo hacen, amenazarlos con no representarlos. Claro, el detalle aquí es que se le sale no lo equino (léase, patadita), sino lo de acémila.

Por si nadie se lo explicó, en una democracia representativa los congresistas representan a un sector de la población. Ellos, como parlamentarios no tienen representación, ya que si fuera así, no sirven para nada. En todo caso, García podría representarlos judicialmente, ser su abogado, pero hasta ahí. Un representante de varios representantes, representaría a los electores de éstos… ¿y quién le ha dado esa atribución? Una ligera confusión entre cancha y concha.

Segundo escenario: Lo malo, lo sensacionalista, vende. Ante la ausencia de cosas interesantes, obras reales que reseñar de parte del gobierno que llenen las secciones política o nacional, los medios tienen que recurrir al siempre presto candidato, a opinar hasta de las posibles repercusiones en la reproducción de las cucarachas que tendrá el eclipse de luna previsto para el año 2037 y que se vería en Lima, Callao y alrededores.

Estamos de acuerdo en que no creo que alguien compre exclusivamente un periódico, prenda la radio o el televisor para enterarse lo que dijo el susodicho (habiendo cosas más interesantes, claro), pero de que pone la nota tragicómica, la pone. Puede también ser consecuencia de la política de “a falta de pan, demos circo”. Como hay libertad de expresión, no se le puede censurar a los medios el derecho a transmitir/informar cojudeces, pero sí, quizás, pedirles que midan la frecuencia por la salud mental y estomacal de la población.

Se que hay más escenarios posibles, pero la naturaleza llegó hasta allí. Como conclusión –muy personal, claro- no vale la pena hacerse un harakiri mental si lo mejor que puede suceder es que las equinoburradas tengan el efecto que muchos desean: que la población se termine de convencer de que lo único que puede ofrecer García es lo mismo de siempre, sopa de caballo… o de letras, por tanta habladera de pistoladas.

Creo que en poco tiempo -es más, le doy plazo, año y medio- sabremos si la sopa de caballo y/o de burro es buena para la salud mental. En el 2006, la sociedad dará muestras de su conocimiento culinario y de su disposición de aguantarse más y más de lo mismo. Total, bien dice el refrán: “partida de caballo, parada de borrico”.

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lunes, 22 de noviembre de 2004

En busca del leñador

Cada fin de semana Venezuela sufre una curiosa metamorfosis. Se convierte en la ciudad más sangrienta del mundo. Tomando como referencia la que está sobre el tapete, Venezuela se transforma en Faluya, aquella ciudad de Irak, foco de la guerra, que tiene medio locos a los estadounidenses. En esta Faluya petrolera y tropical, decenas de personas -que a veces alcanzan el centenar- mueren en manos del hampa o de simplemente mentes desquiciadas.

Entre los difuntos, seguro que hay más de un padre o madre trabajador que no sólo luchaba por sobrevivir, sino que hasta se las ingeniaba para mantener a un niño, una madre, un abuelo o a una pareja. Es decir, entre esos muertos de fin de semana hay muchos como nosotros, muchos Pedro Pérez, muchas Juana Rodríguez, o muchos como se llamen. ¿Quién llora esos muertos? ¿Por qué todos no lloramos esos muertos? ¿Por qué no llora el gobierno venezolano esos muertos (o por lo menos el ministro del Interior y Justicia)?

Quizás porque se gastaron muchas energías en transmitir durante casi todo el pasado sábado cadenas radiales y televisivas con los homenajes, traslado y entierro del asesinado fiscal Danilo Anderson. Pareciera que la “revolución” por fin tiene un muerto propio y actual. Adiós a Ezequiel Zamora, a Maisanta y –porqué no- hasta al mismísimo Bolívar. “Ahora todos somos Danilo Anderson”, “el país necesita muchos Danilos” y cosas parecidas se llegaron a escuchar.

Millones de bolívares se gastaron (de parte del gobierno) y perdieron (para los medios encadenados obligatoriamente). Gigantescos avisos en la prensa escrita con las opiniones de rechazo al crimen fueron publicados, como para que a nadie le quede duda. ¿No bastaron las cadenas? ¿No bastó el entierro (irónicamente) al más puro estilo yanqui, con bandera, cadetes y cañonazos? ¿Qué se pretendía con todo esa parafernalia? ¿Es que los Pedro Pérez o las Juana Rodríguez de los fines de semana no se merecen lo mismo?

El asesinato del fiscal Danilo Anderson es condenable desde todo punto de vista y desde todos los sectores de la sociedad. Todo lo adicional que se pueda decir al respecto es repetitivo y redundante. Que en paz descanse. Pero así, en paz. Dios nos libre de la aparición de “círculos bolivarianos” con su nombre, o comandos, o cualquier grupúsculo con mentalidades seudo revolucionarias y desfasadas en el tiempo y espacio.

A todos nos interesa saber quiénes son los verdaderos autores materiales e intelectuales del crimen y que reciban el castigo que merecen. Ojo, nos interesa tanto como muchos casos sin respuesta y de tanta importancia, que no han recibido la debida atención del poder judicial, de la fiscalía, de la defensoría, ni de nadie. Pero creemos que en este en particular, más que el quién, más que el por qué, lo más importante es saber el para qué. Ese refrán de “…hacer leña del árbol caído” bien calza en este caso.

Chávez está de nuevo fuera del país y cuando eso sucede -más aun cuando son muchos días- es que algo cocinado pretende encontrar a su regreso, listo para darle el sorbo del visto bueno. ¿Será que a su regreso tendrán a los culpables identificados y hasta capturados? ¿Será que habrá nuevas leyes que eviten todo tipo de terrorismo, incluyendo el verbal?

Como en una clásica novela de misterio, el asesino pareciera como obvio. La víctima tenía muchos “enemigos”. Cientos de ellos, con nombre y apellido, libres, ex presos, fuera del país, o dentro de él. Habría que ser ligeramente cojudo para pensar que matando al fiscal, la acusación desaparece. Entonces ¿para qué matarlo?

Curiosamente en Venezuela nadie cree en nadie. Por un lado se tiene a un gobierno que tiene años sin gobernar, que no soluciona nada teniendo todos los reales del mundo, que tiene todo el poder y que le matan en la cara a un fiscal que llevaba todos sus casos de interés. Por el otro, a una oposición que muchos de sus miembros estaban acusados o a punto de ser acusados por el susodicho funcionario; pero, demasiado dispersa, demasiado ingenua y hasta inútil. ¿Quién mató a Anderson? Difícil pregunta. Quizás si intentamos saber para qué servirá “la leña del árbol caído” encontremos al desquiciado leñador.

lunes, 15 de noviembre de 2004

Entre cédulas y células muertas

Atrás quedaron dimes y diretes, discusiones, algunas fértiles y otras inútiles. Finalmente la llamada cédula viva –o Decreto Ley 20530- descansa en paz. O eso creemos. Sobre el tema se ha escrito y opinado mucho, así que no pecaremos de descubridores del agua tibia; sin embargo, importante destacar que se acabó con un sistema seudo justo que en realidad era dañino para las finanzas del Estado peruano (ojo, del Estado, no del gobierno).

Este acto de enfrentar la realidad con acciones sensatas no tiene nada de extraordinario, ni de plausible. Aunque algunos trataron de hacer una tragedia griega al más fino estilo lorcho, creemos que los congresistas simplemente hicieron algo que justificara el tremendo sueldo que ganan. Por parte del gobierno, idem; actuó con uno de los criterios que todos aspiramos que lo haga: con sensatez. Y ya. La cédula viva está muerta y que siga así.

Ahora hablemos, no de cédulas, sino de células; específicamente de células terroristas. El patético e inefable espectáculo del delincuente Abimael Guzmán, cubierto por los medios de comunicación ha puesto sobre el tapete –para variar- un tema que asoma de vez en cuando en el Perú: la ausencia de gobernabilidad.

Para quienes no se hayan percatado, estamos en el año 2004. Particularmente, me importa un rábano partido por la mitad y con un poquito de sal, quiénes gobernaron antes de Toledo, ni cómo lo hicieron. Frente a esos hechos consumados nada se puede hacer.

En todo caso, actuando inteligentemente, si dependiera exclusivamente de mi, algunos individuos jamás volverían a tener que ver con asuntos de Estado o gobierno, ni siquiera presencia en los medios. ¿Por qué digo todo esto? Pues porque quien está al frente ahora, y mientras tenga ese mandato de la sociedad, tiene que gobernar bien, en forma eficiente, eficaz y con autoridad.

Que en la década de los setenta hubo dictadura militar y que tomaron medidas populistas y otras cosas más… eso fue en los setenta. Que a comienzos de la década de los ochenta hubo democracia, pero mano blandengue que permitió el brote terrorista… eso fue a comienzos de los ochenta. Que a finales de los ochenta un ignorante quebró el país… eso fue a finales de los ochenta (y Dios, y nosotros mismos, nos libremos de él). Que en los noventa otra “dictadura”, con pros y contras… lo mismo. Que Paniagua… y dale.

Pero de ahí a echarle la culpa hasta a Francisco Pizarro de los males de hoy, para justificar la ineptitud de este gobierno, hay que ser bien confianzudo y caradura. La única razón para no gobernar como se debe es que se es incapaz. O, en el mejor de los casos, que se está rodeado de “colaboradores” ineptos.

Poblaciones que hacen justicia por su propia mano. Vendedores con grupos de matones que le hacen la guerra a la policía. Familiares del presidente haciendo desastres amparados en el “poder”. Congresistas matones que se van de vacaciones y otros que tienen más acusaciones que Bin Ladem. Terroristas que montan un show (sólo faltó una entrevista exclusiva para algún medio). Y así, seguro que muchos peruanos tendrán una historia que demuestre la falta de gobernabilidad en muchos ámbitos del Estado.

Que existan grupúsculos de desquiciados en algunas universidades, o en cualquier sector de la sociedad, que “todo el mundo” lo sepa y el gobierno no haga nada, es para vomitar. El gobierno tiene la responsabilidad de asegurarle a la sociedad que esas células del terror que tanto daño hicieron al Perú, en su gente, en sus vidas, en sus bienes, en todo, están muertas. Y si algún microscópico elemento quiere figuración para hacer creer que están vivos, el gobierno tiene que darle un soberano pisotón para acabar con él.

Estamos claros que por ahí saldrá algún desubicado para levantar la bandera de los derechos humanos y uno que otro adefesio de argumento. Que se apliquen las leyes sin mucho miramiento y sanseacabó. Que la Corte Interamericana, que la Corte Celestial… lo mismo. Los calzoncillos sucios se lavan en casa. Y si ni lavar se sabe… si que estamos jodidos.

lunes, 8 de noviembre de 2004

La vida te da sorpresas...

A una semana de realizadas las elecciones regionales en Venezuela, ya se tienen estadísticas de dicho evento. Sin entrar en la ociosa tarea de juzgar, polemizar o discutir la legitimidad o pulcritud del proceso (ergo, si hubo fraude), llaman la atención algunas cifras y porcentajes electorales publicados este fin de semana por la prensa venezolana.

En primer lugar, en promedio, las nuevas autoridades regionales (gobernadores, alcaldes, concejales, etc.) fueron elegidos por apenas el 25% de los electores. Por ejemplo, el nuevo alcalde mayor de Caracas (algo como el alcalde provincial de Lima) obtuvo el 28,4% de votos de la población electoral. En el caso del Delta Amacuro, la nueva gobernadora fue electa con apenas el 15,9% de los votantes aptos, y así otros casos más.

En segundo lugar, el chavismo obtuvo el 73% de los cargos en disputa, con lo cual en casi todos los Consejos Legislativos el oficialismo tiene mayoría de diputados que –seguramente- harán más “light” la labor del nuevo gobernador.

En tercer lugar, la abstención promedió el 55% pero con extremos de hasta el 70%. Ese nulo interés por cumplir con el derecho de sufragio fue de ambos bandos. Tanto así fue que menos del 45% de los que supuestamente votaron a favor de que Chávez se quedara en el poder, fueron el pasado domingo a sufragar a favor de los candidatos del gobierno.

El análisis de esta situación –hay que admitirlo- no tiene mucho de carácter científico ni de esotérico, pero el trasfondo y gravedad de lo que implica merece dejarlo muy claro.

Esos tres de cada cuatro, o 75%, como quieran verlo, que se quedaron cómodamente en sus casas o que se fueron de paseo en vez de ir a votar, en algún momento de los próximos meses sentirán cómo les emerge una linda joroba por el peso de la responsabilidad compartida. Es decir, cuando esas nuevas autoridades “revolucionarias” hablen mucho y hagan poco (emulando a su líder), el elector “autocensurado” sabrá que él le regaló su voto al no votar. ¿Recuerdan eso de “el que calla otorga”?

Hay quienes han defendido hasta vehementemente el “derecho” a no votar y puede que tengan razón. El ir a un proceso apañado –dicen- lo legitimaría. Asumiendo que eso es cierto, es más difícil jugar sucio cuando una mayoría juega limpio. Obviamente, dicha situación pasa necesariamente por “jugadores limpios” que –de ser el caso- hasta no lo sean tanto al defender sus derechos confiscados.

Esas victorias sentimentales del 25% no deberían causarles ninguna alegría a las nuevas autoridades oficialistas. Por el contrario, debería hacerles reflexionar sobre el verdadero apoyo con el que inician su gestión. No bastan emocionados anuncios y promesas de medidas de emergencia, sino que gobiernen y que lo hagan bien.

Otro aspecto digno de análisis es el estado de abandono, de dejadez, de apatía en el que ha caído la población que no está a favor del gobierno. Salvo excepciones contadas con los dedos de una mano, la dirigencia ha demostrado tener entre sus filas a las personas más ineptas y con falta de visión a nivel político. La gente confió en que las estrategias vendidas lograrían sus objetivos, pero nunca se imaginó que los “líderes” pecarían, no de ingenuos, sino de estúpidos.

Ese estado de desinterés tendrá como consecuencia previsible la “anulación” de algunos parlamentarios de oposición en el aún pendiente proceso revocatorio de diputados; y no porque lo quieran, sino también por dejadez. Y cuidado si alcanza hasta para la elección de la nueva Asamblea el próximo año. En otras palabras, la ceguera e inoperancia de la sociedad la está llevando al camino de la autocracia y permitiendo a un gobierno que se convierta en dictadura bajo un engañoso manto cuasilegal bordado a su conveniencia.

En medio de este panorama, no resulta extraño que dos de las gobernaciones importantes del país, y que estaban peleándose “pelo a pelo”, hayan quedado en manos del chavismo, por más increíble que les haya parecido a muchos. Claro, aquellos que se sientan afectados (o sea, candidatos perdedores, principalmente) tienen 20 días para impugnar el proceso. Sin embargo, ante las continuas proclamaciones de ganadores y casi inmediata toma de posesión de cargos, resulta tragicómico que alguien patalee a estas alturas del partido.

La próxima partida, sin fecha ni escenario programado, la inicia la llamada sociedad civil, que a nuestro modo de conceptualizarla debe llamársele sociedad, a secas. Hace pocos días el vicepresidente de la República declaró que ahora “no había pretexto para no gobernar”. Irónicamente, aceptó que hasta ahora no lo han hecho. Al menos una verdad irrefutable en medio de todo. Si no lo hacen, como canta Rubén Blades, “la vida te da sorpresas…”

lunes, 1 de noviembre de 2004

El costo de la impotencia democrática

Segundo zarpazo en menos de tres meses. Pero esta vez como que fue menos doloroso, menos angustiante, hasta cayó suavecito pues muchos se lo esperaban. Hablamos de las elecciones regionales en Venezuela, en la que se eligieron nuevos gobernadores, alcaldes concejales y otros cargos más.

Según la ley venezolana en la materia, los procesos electorales deben ser totalmente automatizados y el voto –como derecho- queda en potestad del ciudadano ejercerlo, es decir, no es obligatorio. Como último ingrediente, las elecciones regionales han gozado “históricamente” de una tremenda apatía de la población pues “lo importante” son las presidenciales y/o parlamentarias. En otras palabras, muchos no se percatan de que también está en juego una gran cuota de poder.

El proceso fue similar al referéndum revocatorio del 15 de agosto. Demoras en la instalación de algunas mesas y en la entrega de credenciales a los miembros de mesa, para empezar. Ya el elector presto a votar, la primera alcabala que se le presenta son las llamadas “cazahuellas”, elemento anticonstitucional, anti derechos humanos y anti todo que el Consejo Nacional Electoral (CNE) ha colocado supuestamente para evitar que alguien vote dos veces.

En ninguna parte del universo democrático (conocido) la persona tiene condiciones previas para ejercer un derecho y más aún, en ningún lugar del planeta (democrático) se le puede impedir al ciudadano votar “porque la computadora dice que ya votó”. Le cuesta a uno tratar de comprender cómo se pueda aceptar tal vejación, so pretexto antifraude. O sea, ¿son tan malos los controles de identificación y el Registro Electoral que tienen que contar con ese aparatejo?

Luego, si pasó el filtro “cazahuella”, el ciudadano ejerce el voto a través de una “tarjeta electrónica” que pulsa y cuyos resultados se reflejan en la pantalla de la máquina de votación, la cual imprime un comprobante con la elección hecha y se deposita en una caja con todos los sufragios de la mesa. Hasta ahí nada extraño… salvo que esas cajas nunca son abiertas para que el público cuente los votos. Todo queda en manos de las inteligentes, sofisticadas y seguras máquinas electorales.

El CNE apoyado por el “Plan República” (la Fuerza Armada en misión electoral) viola flagrantemente la ley al no permitir el escrutinio. En esta ocasión, la máxima autoridad militar y el ministro del interior y justicia intervinieron públicamente para “advertir” que nadie se atreva a pedir el escrutinio (que se abran las cajas). Lo único posible era la auditoría y de una sola caja por centro de votación.

El cierre del proceso estaba programado para las cuatro de la tarde. Se pospuso para las cinco y luego para las seis para “dar oportunidad” a la gente que vote. El primer boletín se ofreció para las ocho y media o nueve de la noche, y luego para las 11. Con todo lo automatizado del proceso, el CNE emitió su primer informe pasada la medianoche. Curiosamente, el organismo electoral, oficial de la nación, da su informe subrayando que es “extraoficial” (¿será que otros son los encargados de entregar el oficial?).

Los resultados no fueron nada sorprendentes, sobre la base de lo expuesto. El oficialismo -chavismo, para ser precisos- ganó casi todo (nos queda la duda de si lo correcto es decir “ganó” o se “apropió”). Dos de las alcadías distritales de Caracas en donde es groseramente evidente que la oposición tiene el control, lo mantuvieron. La gobernación del Estado Zulia, zona petrolera, también continuó en manos de la oposición. Sin embargo, dos gobernaciones importantes (Miranda y Carabobo) supuestamente pasaron al chavismo, lo cual suena a un caso de la dimensión desconocida. La única forma de tener certeza es abriendo las cajas, cosa que el CNE se niega a hacer.

Ante este panorama, la población no chavista (40% según cifras “oficiales” del referéndum, 60% según la oposición) luce bastante decepcionada, sin líderes, sin una dirigencia creíble, inteligente, capacitada de aglutinar fuerzas ciudadanas. La torpeza de los partidos políticos y sus dirigentes impulsó a algunos a actuar como borregos y/o a la abstención. Por lo menos 60% se quedó en sus casas, quizás muchísimo más. Claro, las cifras “oficiales” pueden decir cualquier cosa.

Ese gran porcentaje de gente que no votó ahora es responsable de que puedan tener autoridades regionales y municipales que nunca quisieron tener. Esa gente tuvo la oportunidad de colocar a personas de su preferencia, pero dejó que otros –supuestamente- lo hagan a su antojo.

Por el lado del gobierno, de los poderes del Estado, la burda manipulación del poder, el manoseo de las leyes a su antojo no hace sino quitarles legitimidad y ponerle más leña a ese fuego que calienta un caldo de frustración, impotencia y rabia (“arrechera” a la venezolana) de gran parte de la sociedad. Un caldo, un sancocho de sentimientos encontrados, que puede pasar a ser una peligrosa pócima que transforme mortales en demonios.

Esta crónica seudo democrática no puede acabar sin un mensaje para el electorado peruano. El voto en el Perú es un derecho y un deber, y quien no lo cumpla, paga una multa. En Venezuela no es obligatorio, pero quien no lo ejerce, también paga… y paga algo más que una multa. Y hasta pagan justos por pecadores.