lunes, 28 de noviembre de 2005

Estrellas y estrellados

Como cada viernes, el pasado 25 de noviembre el politólogo y humorista Laureano Márquez publicó su refrescante “editorial” en un conocido periódico caraqueño. El tema fue una carta dirigida a Rosinés, la hija menor del “líder revolucionario” de Venezuela, Hugo Chávez. Entre pedidos serios, cómicos y tragicómicos, Laureano tocó el tema de una posible modificación del escudo venezolano, llegando a plantear el cambio del caballo por las tantas veces mencionada morrocoya de la niña en cuestión. Hasta ahí, nada espectacular, salvo el talento del autor de la “carta”.

Pero eso no podía quedar así. El domingo, suponemos que en alguno de los extremos en la dosis de litio (carencia o exceso, los médicos sabrán), Chávez habló, insistió, amenazó y dictó las próximas bases que soportarían las modificaciones que sufrirían tanto la bandera como el escudo de Venezuela, quizás para hacerlos más acorde con el nombre político de “República Bolivariana” que tiene establecido en la Constitución, también “Bolivariana”.

Es que Simón Bolívar no tiene descanso en su tumba. Cada vez que en el gobierno se quiere justificar algún exabrupto se apela a su nombre, a sus ideas y hasta a lo que no hizo, porque se dio cuenta que no funcionaba o porque simplemente no lo dejaron. Ahora resulta que el Libertador de Venezuela fue el de la idea de la octava estrella en la bandera, lo cual puede ser estrictamente cierto y válido en su momento, pero no en la Venezuela actual, cerca de doscientos años después.

Pero el delirio de Chávez no se limita a la octava estrella, también toca al caballo del escudo. Ya sea por su posición, por la parada, por la mirada, o quizás por la marca imperialista o neoliberal que lleva en el lomo, hay que cambiarlo. Y si de cambios hablamos, quien sabe si dentro de poco plantea el cambio del himno nacional, el cambio de la capital desde Caracas hacia su Barinas natal, el nombre del mar, de la moneda y hasta de toda la población, sobretodo de aquellos ciudadanos o ciudadanas que tengan nombres importados, gringos y/o capitalistas.

Esta función de teatro, barata y gubernamental, no pasaría de unas cuantas carcajadas sino fuera por tres simples detalles: primero, que es muy probable que sí pase de eso, que no sólo sea un arranque más de locura del mandatario, sino que se convierta en una realidad. Segundo, que es una zoquetada más de las que está acostumbrado a hacer para que los medios y la gente les preste más atención a ellas que a la realidad. Y tercero, es triste ver el grado de estupefacción en el que se encuentra la sociedad venezolana; tanto que un individuo con mínima preparación para ello, ocupe el cargo de estadista y esté haciendo desastres con el país sin que nadie reaccione.

Mientras Chávez anda pendiente –supuestamente- de agregarle una estrella a la bandera, miles, quizás millones de venezolanos andan estrellándose todos los días con la dura realidad: índices brutales de desempleo, sobretodo con la mano de obra calificada (o sea, los profesionales mejor preparados); inflación encubierta y/o escasez (o pagas, o simplemente no consumes) pese a los controles de precios; y un entorno en el que los ladrones son escoltados por la policía y en donde la justicia es la del más fuerte o poderoso, es decir, la inexistencia de un estado de derecho.

Obviamente este panorama es clarísimo para la (aún existente) clase media, la cual lucha y se aferra con las uñas para no caer en la siguiente amplia, creciente y “boyante” clase baja; sector al que todos los días el gobierno le pinta estrellitas en el cielo y de vez en cuando un pajarito preñado con una cinta que dice “el poder es del pueblo”. La realidad es que esa clase media, generalmente preparada, la que mueve la economía, al ver que la caída es inevitable, prefiere dar el salto y emigrar, dejando en el país a los estrellados, a los que les pintan estrellitas, o a los que sienten en el cielo por el uso y abuso del poder.

La pasividad ha llegado a tal punto que el próximo domingo 4 de diciembre son las elecciones para elegir una nueva Asamblea Nacional, el fraude está cantado, con estrellas y todo, pero los partidos que se dicen de oposición no han hecho nada contundente para manifestar su repudio, rechazo y no aval a otro acto más de teatro gobiernero. Es que la tentación de tener un lugarcito cercano a las estrellas es demasiado como para no tomarla en cuenta. Total, la gente ya está acostumbrada a darse trancazos y ver estrellitas.

¿Qué hacer ante este panorama?, es la pregunta que la mayoría del país pensante se hace. Por lo pronto, la organización civil Súmate lanzó la idea de que todo el mundo manifieste su abstención de forma religiosa, es decir, yendo a misa al mediodía. Ver abarrotadas las iglesias sería la muestra palpable de abstención, de rechazo al fraude. Puede ser cierto, hasta inteligente, pero no deja de ser una muestra más de pasividad, de estupefacción social y masiva.

Si los partidos de oposición no “se la pintan” al gobierno (su propia estrella), a la sociedad antigobierno no le queda otra que calarse y aceptar las locuras del dictador, o ponerse a buscar urgentemente a los nuevos líderes que puedan movilizar multitudes. Ya quedó comprobado que banderitas, pitos y matracas no tumban un gobierno. Rezando en la iglesia un domingo, todos de la mano, tampoco. O la sociedad venezolana se prepara para ser la estrella de su propio destino, o se queda sentada viendo los tristes espectáculos que monta el dueño del circo todos los días. Escoja usted: ser estrella o un estrellado.

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