viernes, 18 de julio de 2008

Una tarjeta para el cielo y el infierno

Se acercan las vacaciones de medio año y a la vuelta de la esquina están las fiestas decembrinas. No importa, el viaje, la laptop, los juguetes, la ropa de estreno, las pagamos con un “tarjetazo”. Así de fácil, muchos manejan sus finanzas. Así de fácil, se puede perder la cordura.

Antecedentes

Más que una historia, propiamente dicha, la tarjeta de crédito tiene una serie de antecedentes que se ubican en los primeros años del siglo XIX. La tarjeta tuvo originalmente un objetivo de identificación y de diferenciación de clientes, de empleados y de personas en general. Más adelante, la tarjeta es utilizada como medio de pago o para diferir deudas sin necesidad de hacer mayor trámite que la presentación del instrumento.

En este sentido, en 1914, en los Estados Unidos de América, la empresa General Petroleum Corporation of California (que más adelante sería la Mobil Oil) emite una tarjeta que sería utilizada por sus empleados y algunos clientes selectos. Por esa misma época, la Western Union Telegraph Company emitiría tarjetas que servirían para identificar a clientes principales y autentificar los telegramas transmitidos.

En los años veinte del siglo pasado, compañías petrolíferas como la Texaco y la Standard Oil acogen el instrumento y entregan tarjetas a empleados y clientes para utilizarlas como medio de pago. Es por esa época su uso se extiende a cadenas de hoteles, en las cuales las empresas utilizan la tarjeta como una forma de garantizar el pago de los servicios utilizados. Luego de un receso de algunos años –por la crisis económica de 1929- el uso de la tarjeta se extiende a otro tipo de empresas como estaciones de servicio, compañías de ferrocarriles y de transporte aéreo.

Hasta la Segunda Guerra Mundial las tarjetas eran emitidas por empresas quienes asumían directamente el trámite, seguimiento y manejo de la relación con el portador. Terminado el conflicto bélico, aparecen en el mercado empresas estrictamente especializadas en el manejo de la relación crediticia con el portador de la tarjeta, sin ser éstas las emisoras.

Todo por una comida

Muchos autores coinciden en que la tarjeta de crédito –como la conocemos hoy en día- nace producto de una anecdótica pero embarazosa situación en una cena. Algunos hablan de Rockefeller, otros de Robert Maxwell, pero la mayoría coincide en un personaje: Frank McNamara.

Cierta noche, McNamara invita a un grupo de amigos a cenar en un elegante restaurante de Nueva York. Al traerle la cuenta se percata de que no cargaba la cartera y mucho menos dinero. Ante tal situación, empeña su palabra al dueño con la promesa de pagar su deuda más adelante. Tal situación, llevó a McNamara a pensar en lo conveniente que sería tener un sistema mediante el cual un cliente pueda demostrar su “honor” crediticio en cualquier lugar, sin necesidad de cargar dinero encima.

Paralelamente, Alfred Bloomingdale, heredero de almacenes del mismo nombre, pero en California, coincide con la idea de McNamara y lanza una tarjeta conocida como “Dine and Sign” (“Coma y Firme”). Los dos personajes unen esfuerzos y nace la primera tarjeta acreditativa del mundo: “Diners Club”, la cual es aceptada y establecida en todos los Estados Unidos. Para el año 1952, Diners había emitido 20.000 tarjetas y en 1959 llegaba al millón.

Evolución del dinero

En sus inicios comerciales, el hombre recurrió al trueque para obtener aquellos productos que satisficieran sus necesidades. Luego inventa la moneda, la cual posibilita el intercambio de un valor real (producto) por uno representativo (valor ideal o facial). Más adelante, con el desarrollo del mercantilismo, se manejan documentos o títulos valores (letras, pagarés, cheques) que representan una cantidad de dinero y que, a su vez, pueden ser negociados como tal.

Así llegamos al “dinero plástico” de nuestros días, la tarjeta de crédito, la cual está estrechamente ligada a la tecnología y a la globalización. Ya no es necesario cargar dinero de diferentes países al viajar, ya no es necesario sacar dinero del banco o cargar calculadoras para tener una idea del equivalente en moneda nacional. Con una tarjeta de crédito es suficiente.

Del cielo al infierno

Obtener una tarjeta de crédito es relativamente fácil en muchos países. Ya sea por promoción de una entidad financiera, de un establecimiento u otras estrategias de mercadeo coyuntural, una persona podría acceder a este instrumento financiero sin mayor complicación.

Sin embargo, por las formalidades, seguridades y complejidades que implica trabajar con dinero (así sea “virtual”), el procedimiento formal para la obtención de una tarjeta de crédito pasa la comprobación de que el futuro titular tenga suficientes bases económicas que le permitan afrontar los compromisos que se derivarán del uso del plástico.

Por el lado del usuario, el poseer una tarjeta con un límite de crédito asignado implica –para muchas personas- tener esa cantidad de dinero en el bolsillo; lo cual es totalmente ilusorio y puede colocar al tarjetahabiente entre el cielo y el infierno.

El límite de crédito es la cantidad máxima de deuda que puede tener de “un solo golpe”, el cual se incrementa en la medida que la va cancelando. Sin embargo, hay que tomar en cuenta los intereses que la deuda genera, los cuales podrían crecer en dimensiones insospechadas si se mantiene la deuda por mucho tiempo y/o se destina muy poco dinero para pagarla.

El tener una tarjeta puede permitirnos poseer un producto o disfrutar un servicio en forma inmediata; pero también implica contraer una deuda, un obligación, que de no honrar, puede acarrear problemas legales, judiciales y hasta medidas que nos afecten patrimonial y moralmente.

Puntos a favor

La tarjeta de crédito, como cualquier instrumento financiero, tiene bondades que hay que saber aprovechar, pero sin exagerar. Para empezar, nos permite pagar productos y servicios en forma inmediata sin necesidad de tener dinero en efectivo (billetes o cheques).

En segundo lugar, nos permite financiar dicha compra; es decir, pagar el costo total en partes, en meses, o en uno, dos y hasta en tres años, dependiendo de la entidad emisora de la tarjeta (caso de Venezuela).

En tercer lugar, permite financiar la compra de bienes y servicios hasta en un mes y medio (más o menos) sin intereses. Esto se logra cuando se realiza la transacción los primeros días del nuevo ciclo de facturación. Ya que dicho consumo saldrá en el estado de cuenta siguiente y se podrá pagar el monto completo en la fecha estipulada; ello implica que el registro de la deuda se tome el tiempo antes señalado. Obviamente, hay que cancelar la deuda total para que la deuda no genere intereses.

Puntos en contra

Como toda moneda, la tarjeta de crédito (así sea de plástico) tiene dos caras. Entre los puntos negativos se encuentra el que puede generar un grave desequilibrio financiero personal y familiar, si es que no es utilizada adecuadamente. Usarla sin control puede ocasionar que una persona trabaje –literalmente- para pagar la tarjeta de crédito y no para su subsistencia personal y de los suyos.

Segundo, a pesar de los avances tecnológicos, es un instrumento que se presta para una cantidad inimaginable de fraudes, estafas y usos indebidos que pueden perjudicar al titular de la tarjeta. Algunas veces, la institución emisora tiene la política de “pague primero, reclame después”, lo cual va en detrimento del tarjetahabiente.

Tercero, para algunas personas su uso puede ser adictivo, lo que conlleva al primer punto mencionado: puede generar un grave desequilibrio financiero personal y familiar. Así como los alcohólicos anónimos, u otros grupos que ayudan a la gente a liberarse de algunos males, la tarjeta de crédito puede llegar a ser tan dañina como aquellos (por ejemplo, existe una organización llamada “Deudores Anónimos”).

La cultura venezolana

“Como vaya viniendo, vamos viendo”, suele ser una frase que distingue a muchos venezolanos; la cual, si bien es cierto que tiene una connotación positiva en ciertos aspectos, también tiene una negativa que se encuentra mayormente en la cultura financiera.

El venezolano es una persona acostumbrada a disfrutar vacaciones, así como bienes y servicios en épocas determinadas sin importar –muchas veces- la estrechez económica que pueda atravesar.

Así, los meses de agosto y septiembre son generalmente dedicados a los viajes, las vacaciones y los planes vacacionales para los niños, si no se sale de la capital. Diciembre es el mes de las compras navideñas, de los “estrenos”, de la renovación de artefactos eléctricos, tecnológicos, etc. Y, en el resto del año, se tiene Carnaval, Semana Santa, Día de la Madre, del Padre, del Niño, que también son buenos pretextos para consumir, comprar, gastar.

Noviembre, mes en el que generalmente se reciben las utilidades, aguinaldos, de parte de las empresas, no se caracteriza precisamente porque sea un período en el que se paguen deudas o se “bajen” aquellas que se tengan con las tarjetas de crédito. Por el contrario, las utilidades son un elemento que potencia el nivel de consumo de cada fin de año del venezolano.

La resaca

La crisis económica que atraviesa Venezuela es un factor macro que incide en la problemática crediticia. Para el primer semestre de 2008 la inflación alcanza el 15% y es fácilmente previsible que se duplicará –por lo menos- dicha cifra para fin de año. Por lo tanto, al ser la tasa de interés un precio más de la economía, ésta debería incrementarse paulatinamente.

No obstante, las tasas pasivas (ahorros) siguen siendo menores a la inflación, por lo que ahorrar “no es negocio” para la población y –mientras esta situación se mantenga- es preferible consumir, gastar, inclusive con lo que no se tenga; es decir, con la tarjeta de crédito.

Como los salarios tampoco crecen en la misma proporción ni a la misma velocidad que la inflación, la posibilidad de que el dinero no alcance para pagar las deudas se incrementa paralelamente a los precios. En este sentido, los índices de morosidad de los bancos, específicamente con las tarjeta de crédito, han ido aumentado y lo seguirán haciendo en lo que queda de año.

El no pago de deudas no es un problema sólo para los deudores, sino también para las instituciones financieras, pues éstas verán reducidos sus márgenes de utilidades y tendrán que destinar mayores recursos (humanos y económicos) para recuperar el dinero prestado. Luego de las eternas festividades viene la resaca financiera, y esta no se quita con una pastilla.

¿Qué hacer?

Hay que tener muy claro que la tarjeta de crédito es un arma, pero de doble filo. Así como nos puede salvar, nos puede hundir. Su utilización implica responsabilidad, conocimientos elementales de finanzas y mucho sentido común.

Una tarjeta de crédito puede salvar una vida (un pago de una operación quirúrgica, por ejemplo); pero también puede frustrarla (hay casos de suicidios por deudas).
Para no caer en extremos, es indispensable tener clara su situación financiera; conocer sus ingresos reales, sus gastos mensuales, la tasa de interés de sus préstamos, tarjetas de crédito u otras obligaciones contraídas.

Evitar las compras compulsivas: esa manía de aprovechar cuanta “oferta” salga, creyendo que para eso está la tarjeta de crédito.

Desterrar el uso indiscriminado de la tarjeta de crédito: por ejemplo, usar una tarjeta para pagar otra; pedir prestado para pagar el monto mínimo, etc., lo cual lleva inevitablemente a una crisis financiera y personal.

Por último, nunca suponga o crea que siempre habrá alguien bueno en este mundo; alguien tan bueno que lo puede ayudar a salir de sus deudas. Mucho menos, nunca piense en los padres, o familiares… ellos no tienen la culpa de sus errores.

(*) Artículo publicado en el encarte "Business al Día", del semanario Quinto Día, del 18al 25 de julio de 2008, aunque con un título distinto al colocado por el autor.


Ilustraciones: ,
Compártelo en Facebook

, , ,
, , ,

Etiquetas: , , ,