domingo, 26 de noviembre de 2006

Venezuela en cuenta regresiva

Se acabó la campaña electoral, por lo menos en cuanto a mítines, concentraciones y similares en lo que a Caracas se refiere. Manuel Rosales el sábado y Hugo Chávez este domingo, realizaron sendas concentraciones como cierre de campaña en la capital venezolana. Los demás candidatos –que llegaron a sobrepasar la veintena- no figuran, no importan, ni se les reconoce su presencia; no por desprecio, sino por la cruda realidad: no representaron a nadie.

Los matices en ambos eventos caraqueños han sido drásticos, tajantes, tanto que permiten definir el público que apoya a Rosales -como representación única y máxima de la oposición- como a los que apoyan a Chávez en su pretendida reelección presidencial. Dado que en este proceso las grandes perdedoras han sido todas las empresas dedicadas a la realización de encuestas, serias o inventadas, lo acontecido este fin de semana permite avizorar lo que puede suceder dentro de pocos días.

El mitin de Rosales se convirtió en una marcha, una como aquellas en las que Caracas –principalmente- manifestó durante el paro nacional en contra de Chávez y su gobierno. De todas partes de la ciudad, a pie, en Metro, o en autobuses, la gente se concentró en diversos puntos de la capital, desde los cuales salieron caminando hacia el lugar donde el candidato hablaría. Blancos, negros, mestizos, de toda condición social, jóvenes, viejos y hasta niños se movilizaron en masa, unidos de forma tal que nadie se imaginaba hace algunos meses.

En vano fue el juego sucio del gobierno con sus acciones destinadas a boicotear la convocatoria. Curiosamente, las entradas a Caracas fueron parcialmente bloqueadas por “reparaciones” o por alcabalas de la Guardia Nacional. Sin embargo -pese a todo- la marcha-mitin fue apoteósica, con una autopista Francisco Fajardo que se tornó multicolor con la presencia de cientos de miles de personas. El contenido del discurso de Rosales no fue novedoso; de hecho, el propio Chávez contribuyó con él, pues el candidato opositor ofreció hacer todo lo que el ex golpista no ha hecho en ocho años de (des)gobierno y componer los grandes, revolucionarios y nuevos males generados con sus disparatadas políticas gubernamentales.

El domingo, el mitin de Chávez fue otra cosa. Esta vez los obstáculos en las entradas a Caracas no existieron; por el contrario, hasta hubo peaje libre para darle mayor fluidez al tránsito. Y no podía ser de otra manera, pues –inclusive fuera de campaña- las concentraciones del presidente venezolano son “móviles”, “prefabricadas”, “desarmables”, con gente traída en autobuses desde cualquier parte del país a cambio de una bolsa de comida, algo de licor y “viáticos” para su paseo.

Se ordenó a todos (a los traídos de fuera y a los miles de empleados públicos amenazados) “desparramarse” por el centro de la capital, vestidos con las franelas y gorras color rojo antes entregadas por el propio gobierno, no sólo para identificar su “apoyo” a la revolución, sino porque su efecto visual da la sensación de que las calles están colmadas de gente, así se encuentren dispersas. El discurso de Chávez fue vació, reiterativo, ridículo, con su acostumbrado tono bravucón y con algunos malos intentos de dárselas de estadista.

Los mensajes transmitidos por él tampoco fueron una novedad. Dirigiéndose a los asistentes en términos militares (“comandantes”, “batalla”, “combate”, “pelotones”, etc.), haciendo evidente que considera a sus seguidores unos simples reclutas sin derecho a pensar, Chávez intentó una vez más vender su fracasada “revolución” con palabras que sólo emocionaron a aquellos que habían consumido su cuota etílica o sus “viáticos” en ella. Tan perdida es su causa que quiso vender –para variar- que el “enemigo a vencer” el día de las elecciones es el imperialismo, los lacayos del imperio y los Estados Unidos. Más de lo mismo, con la “promesa” de hacerlo durar hasta la eternidad.

No obstante lo folklórico que puedan considerarse ambas manifestaciones en la capital, lo importante, lo serio, lo incuestionable es que se inició una tensa cuenta regresiva hasta el día en el que los venezolanos elegirán, más que a un presidente, el modelo de sociedad que quieren en su futuro.

Si algo hay que reconocerle a Chávez es que ha sido claro en su discurso, pero sobretodo en sus acciones: quiere llevar al país a un modelo “socialista del siglo XXI”, en el que no se tolerarán disidentes, voces críticas y mucho menos opciones distintas, pues serán considerados “contrarrevolucionarios”. Al partido único que propone le seguirán pensamientos únicos, universidades únicas, propiedades únicas, y todo cuanto se pueda unificar. Y al que no le guste… se le caerá a carajazos, tal como lo anunció su ministro-presidente de PDVSA.

Frente a esta coyuntura, para algunos Rosales ofrece poco o nada, lo cual revela la poca importancia que todavía le dan esos venezolanos al tema del futuro del país. Entre ellos, destacan miles de jóvenes que ejercerán por primera vez su derecho al voto, sobre quienes ya recae la tremenda responsabilidad del futuro desarrollo de la sociedad en la que viven. Por otro lado, se encuentran los miles de empleados públicos que, amenazados, no se atreven a votar o mostrar su preferencia por la oposición por miedo a perder su trabajo. Una empleada estatal, en un programa de televisión, alentó a sus compañeros con una frase magistral: “presidente botado, no bota gente”. En esta semana decisiva, la toma de conciencia será el factor que termine de inclinar la balanza hacia algún lado o que termine de desbaratarla.

En ocho años de gobierno, la “revolución bolivariana” ha tirado a la basura la oportunidad de convertir a Venezuela en una potencia continental y hasta mundial. No sólo ha generado odios y divisiones a nivel interno, sino que ha mandado a la porra las relaciones con países hermanos, con instituciones multilaterales, se ha entrometido en asuntos que no le incumben, pero ha estrechado lazos con gobiernos o gobernantes que desgracian a su gente, como es el caso de su mentor e ídolo -ahora cadáver político- Fidel Castro.

La cuenta regresiva está corriendo. Dios quiera que ésta no se trunque por alguna suspensión de elecciones por “acciones golpistas”. Dios quiera que no se presenten atentados contra cosas o personas que “ameriten” la suspensión de garantías, o alguna situación extraña que siga intentando amedrentar a la gente para no ir a votar. Dios quiera que los militares venezolanos estén a la altura de los principios y valores que sus instituciones les inculcaron. Dios quiera que sea la cuenta regresiva hacia el nuevo amanecer que Venezuela y su gente se merecen… y no el terrible conteo que finaliza con el estallido de una bomba que destruye una sociedad.


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lunes, 6 de noviembre de 2006

El miedo es rojo, rojito

El caso del “video PDVSA”, grabado en una reunión en la que aparece el ministro-presidente de la institución petrolera arengando, vociferando, amenazando, para que los trabajadores apoyen su “revolución roja, rojita”, y a su líder, el ex golpista Chávez, quedó en segundo plano.

Para el ciudadano común, lo visto, oído y leído sobre el video, pasó primero por la sorpresa, luego por el desencanto, para terminar en el olvido. Al final, todo se resumió con la muy venezolana frase “qué bolas!!!”, y ahí quedó. Es cierto que se demostró lo que se dice viene sucediendo en los organismos públicos; pero como son precisamente funcionarios de otras instituciones los que deberían hacer valer el estado de derecho, eso nunca va a suceder. Todo es rojo, rojito.

En este sentido, el defensor del puesto –digo-, el defensor del pueblo, no se cansa de demostrar que es un cretino que no defiende a nadie, a menos que sea diferente del pueblo. La fiscalía, para variar, ha expresado que no ve ningún delito y el Consejo Nacional Electoral se ha limitado a decir que todavía no ha recibido ninguna denuncia. Es decir, otro caso más que engrosará la lista de acciones gubernamentales fuera de la ley y que no tendrá sanción alguna.

Rayando en lo absurdo –nada nuevo tampoco- el sábado se realizó un ¿mitin? de los trabajadores petroleros en apoyo a su ministro rojo, rojito, que contó con la asistencia del candidato Chávez. El resultado: patético. ¿Quién se puede creer que los trabajadores “espontáneamente” se congregaron para ello? ¿A quién le tomó por sorpresa que Chávez apoyara los exabruptos del ministro e instigara a que todos hagan lo mismo? ¿Quién se escandalizó? Nadie.

Lo único que se está demostrando hasta el cansancio es que la revolución rojita es un mamotreto que no tiene sustento de ningún tipo. El proyecto chavista no tiene más argumentos que la fuerza, la bravuconada, la presión, las amenazas y el chantaje a quienes tienen que trabajar para comer. Puede ser que sea roja, rojita… pero es de mentira, mentirita.

Sin embargo, algo que no es mentira, y por eso le tiemblan las piernas al presidente-candidato, es el creciente apoyo que viene recibiendo la candidatura opositora de Manuel Rosales, un hombre que quizás no tenga un carisma abrumador pero que a punta de mensajes cortos, sencillos, comprensibles por cualquiera, ventila las verdades, los errores del gobierno y los horrores que padece la sociedad venezolana. Por algo tan simple como ello, al “caudillo” se le hacen agua los pantalones ante la posibilidad de enfrentarse a un debate televisado con Rosales.

El desespero es tal que tiene que recurrir a sus ya fastidiosas maniobras de sacar fuera de contexto la realidad, como la amenaza de cortar el suministro petrolero a los Estados Unidos, si dicha nación no “reconoce” los resultados del 3 de diciembre. ¿No será que está anticipando el fraude? ¿Otra vez “avisando” lo que va a hacer? ¿Manotazos de ahogado? ¿O sólo otra de sus expresiones propias de sus acostumbrados berrinches, delirios de “lider”?

La grandiosa caminata del sábado, en la que Caracas se vio inundada por kilómetros de simpatizantes con la candidatura opositora fue un golpe muy duro para la psiquis del golpista rojo. Ni pagando las utilidades decembrinas adelantadas, ni movilizando a gente del interior en autobuses, trenes, nuevos tramos del metro, Chávez concentraría tanta, pero tanta gente. Lo más triste -para él- es que no tiene como justificar el supuesto apoyo que obtendría en sus urnas electrónicas. Sólo una posibilidad tendría sentido: fraude electoral.

Es por ello que, seguramente las próximas semanas estarán plagadas de situaciones inverosímiles, de acciones y reacciones de desespero por parte del gobierno. Si estuvieran tan seguros de la victoria, no sucederían; pero precisamente por lo frágil, por lo endeble de sus argumentos triunfalistas, es que todo se les vendrá abajo. Por más mensajes de “amor” que despliegue a los cuatro vientos, todo el odio que Chávez sembró con tanto esmero le dará una tremenda cosecha.

El gobierno de Fujimori en el Perú, del “invencible” samurai, se cayó por un video. No fue con un video como el grabado en PDVSA, en el que un funcionario de segunda categoría hace méritos con su líder; pero fue con un video. Quien quita que alguna venezolana, de esas con bastantes ovarios, se atreva y nos regale la sorpresa de algo contundente que termine de removerle el piso a los indecisos, a los de conciencia pagada y hasta a los propios gobierneros. El valor no tiene color, pero el miedo… es rojo, rojito.

Ilustración:


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